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El Tigre y el Dragon - 04

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Rurouni Kenshin


El Tigre y El Dragón



Wingzemon X



Capitulo 4
Agua y Limón



Shanghái, China
15 de Octubre de 1877 (4574 del Calendario Chino)


La Residencia Este de Pai Hong-lian, uno de los Siete grandes Líderes del Feng Long, era una casa realmente enorme, estilo europeo de dos pisos, prácticamente una réplica más pequeña del Castillo Versalles de Francia. Tenía amplios jardines frontales y posteriores, con árboles y arbustos cubiertos de adornos y luces. Faros alimentados con gas alumbraban el camino desde el portón principal, hasta la puerta de la residencia. La casa tenía alrededor de veinte habitaciones, un amplio cuarto de baño, una casa auxiliar para la servidumbre, y dos salones de fiestas, y en uno de ellos, en el más grande, se estaba llevando a cabo la "pequeña reunión" que Hong-lian había prometido el día anterior. Pese al tamaño, elegancia y gala de la mansión, era sólo una de las tres casas auxiliares de Hong-lian, y no tenía comparación con su casa principal.

El salón de fiestas era extenso, de forma redonda, adornado con candelabros de oro, una amplia pista de baile, y varias mesas con manteles blancos alrededor de ésta. Había varias mesas con bocadillos, al igual que meseros que andaban de un lado a otro atendiendo a los invitados. Hablando de invitados, el salón estaba repleto de ellos, entre los que se podía reconocer a seis de los siete líderes del Feng Long; el maestro Fei Ming-hu había desistido de ir, tal y como había indicado en la comidar. Cada líder iba acompañado de algunas personas, entre ellas sus guardaespaldas, hijos, hijas, y acompañantes. Había también algunos líderes intermedios y bajos, soldados, capos y asesinos del Feng Long, junto con empresarios chinos e ingleses, y incluso gente del gobierno chino. Se podría decir sin temor a equivocarse que la gente más poderosa del este de China se encontraba reunida en ese lugar y momento, y por lo mismo, era el sitio más resguardado y seguro; sólo un loco intentaría infiltrarse a escondidas a ese sitio, al menos que quisiera el cuerpo lleno de balas... o algo peor.

Pero de toda esa gente importante, había uno que se distinguía. Este invitado, el más esperado de la noche por todos, hizo su aparición un par de horas luego de que la fiesta empezara, llamando la atención de conocidos y extraños por igual en cuanto puso el primer pie en el salón. Rara vez Yukishiro Enishi, el cabecilla actual del Feng Long, hacia acto de presencia en una reunión de ese tipo, pero ahí se encontraba esa noche. Como siempre, el joven japonés portaba esas gafas oscuras que lo distinguían muy bien, aunque fuera de noche, y un atuendo de color negro y blanco, de cuello alto, botones dorados y mangas largas, y una capa blanca sobre los hombros que caía elegantemente por su espalda. A sus espaldas, era seguido por Xung-Lang, su leal guardia, igualmente portando sus dos Daos y su sombrero de paja que escondía sus ojos.

Varios hombres y mujeres se le acercaron con respeto en cuanto lo vieron llegar, saludándolo, alagándolo, tomando sus manos y admirándolo... "como viles lame botas", pensaba Enishi mientras les sonreía a todos de manera despreocupada y aceptaba sus gestos amables. Era obvio que ninguno de esos tipos lo voltearía a ver siquiera si no fuera el líder de la mafia más poderosa y temida de Shanghái, y si no temieran perder sus prestigios, o sus cabezas en su defecto, si acaso llegaban a ser descorteses con él. Prácticamente toda persona en este mundo sueña y ambiciona con llegar a poseer ese grado de poder, poder que hiciera que la gente le temiera, lo respetara, y estuvieran dispuestos a complacerlo en todo. Pero, para Enishi, todas esas cosas no eran más que vacías ilusiones creadas por esa escoria de gente, que nada tenía que ver con él. Por ello procuraba no ir a ese tipo de lugares al menos que fuera necesario. Y, lamentablemente, en esa ocasión lo era, y se veía obligado a sonreír y asentir, tal y como su posición le obligaba.

Luego de lograr pasar entre toda esa oleada de gente, miró a lo lejos justamente a la persona que buscaba. No era difícil de encontrar, pues sus cuatro guardaespaldas siempre resaltaban entre la multitud. Se encontraba de pie a lado de uno de los pilares, mirando a la pista de baile de manera pensativa. Enishi se adelantó rápidamente en su dirección, y a medio camino llamó su atención pronunciando su nombre.

- Oh, Hei-shin, justo a quien buscaba. – Pronunció con energía.

Hei-shin se sobresaltó un poco al oír su voz y luego volteó a verlo con cuidado. Hei-shin no se complicaba mucho con su apariencia; traía el mismo atuendo negro estilo chino, muy similar al del día anterior, e igualmente iba acompañado por aquellos cuatro hombres de enorme tamaño que lo rodeaban de manera protectora. Enishi se le acercó, parándose a su lado; una ligera risa surgió de sus labios.

- ¿Ni siquiera para una fiesta te separas de tus cuatro montañas con pies? – Comentó con algo de sarcasmo el japonés, señalando a los cuatro guardaespaldas; estos ni siquiera pestañearon, como si fueran estatuas.

- Sabe que no tengo sus mismas habilidades físicas, jefe. – Le contestó con seriedad. – Además, podría decir lo mismo del muchacho que le acompaña.

Enishi volteó por encima de su hombro derecho. Evidentemente el comentario iba dirigido hacia Xung-lang que, como el mismo lo decía, siempre estaba siguiendo a Enishi, listo para protegerlo de lo que sea, aunque en realidad él casi nunca lo necesitara.

- ¿Xung-lang? Él no es mi guardaespaldas realmente, es sólo la niñera que Hong-Lian me puso el día en que me convertí en el líder de la organización. No te ofendas Xung, nada personal.

- Pierda cuidado, señor. – Le contestó el muchacho, inclinando un poco su cabeza hacia el frente.

- Pero es muy simpático, igual de callado que tus chicos, pero sólo debes de conocerlo mejor.

- No lo dudo. – Comentó con ligero fastidio el Número Dos del Feng Long, girándose de nuevo al frente.

Parecía malhumorado esa noche, más que de costumbre. ¿Qué será? ¿No le gustaban las fiestas como a Enishi? No, ese no era el caso. ¿Era que tendrían que trabajar esa noche? No, él amaba el trabajo. Fuera lo que fuera, Hei-shin no parecía muy dispuesto a entablar una conversación con él, al menos que fuera necesario. Sin embargo, para éste, era más que necesario el hablar con él en ese mismo momento. Por buena o mala suerte, alguien se les acercó en ese momento, sin dejar que el albino pudiera siquiera decir lo que deseaba.

- ¡Oh!, Enishi, Hei-shin, al fin llegan muchachos. – Escucharon como la voz socarrona de su anfitrión, Hong-lian, pronunciaba con fuerza no muy lejos de ellos.

El mafioso de complexión robusta se les acercó con cuidado, sosteniendo su puro con su mano izquierda, y trayendo consigo a una mujer sujeta de su brazo derecho, que era alrededor de quince centímetros más alta que él. Ambos líderes, y a su vez también sus guardias, se giraron hacia él, haciéndole una reverencia respetuosa al frente.

- Gracias por la invitación, maestro Hong-lian. – Comentó Enishi con elocuencia. – Es una hermosa velada, si me permite decirlo.

- Más concurrida de lo que esperaba. – Señaló Hei-shin, volviendo a ver a su alrededor. Hong-lian se soltó riendo con fuerza y colocó su habano en su boca.

- Ya sabes lo que digo, Hei-shin, si vas a hacer una fiesta, que sea una en grande, ¿no? Así no te darán ganas de hacer otra en un buen rato. – Contestó el hombre con su puro en los labios. – Oh, Enishi, recuerdas a mi esposa, ¿cierto?

Hong-lian giró su mano hacia la mujer que lo acompañaba. Era una mujer de cabello negro y lacio, con un peinado hacia arriba y un adorno dorado muy voluptuoso. Tenía ojos orientales, pero de un no muy común color azul, con una expresión seductora en ellos. Tenía la piel blanca, cuerpo delgado cubierto con un hanfu rojo y dorado, y algunos anillos en los dedos. Hong-lian traía uno de sus puros, y su mujer al mismo tiempo, traía una pipa alargada estilo oriental. Evidentemente ella debería de tener unos pocos más de treinta años, alrededor de veinte años menor que Hong-lian, y tristemente posiblemente unos dos, tres, máximo cinco años mayor que la mayor de sus hijastras, pero eso no importa mucho cuando se trata de un hombre poderoso y rico como él.

- Por supuesto, señora Jun Lee. – Exclamó el albino, tomando con cuidado la mano de la dama, y dándole beso en ella de manera elegante. – Un gusto volver a vela.

- El gusto es mío, Enishi. – Agradeció la mujer con notoria elegancia en su voz, mientras jugaba con su pipa en su otra mano. – Oh, chicos, ¿no me digan que vinieron acompañados únicamente de sus guardaespaldas? Qué desperdicio de juventud y belleza.

Una risita burlona, más discreta y educada en comparación con la de su esposo, brotó de los labios de la mujer. Enishi y Hei-shin simplemente guardaron silencio.

- No les insistías, mujer. – Comentó el hombre robusto de inmediato. – Ya tuvimos una plática al respecto, y ninguno está interesado en las chicas por ahora. Parece que están demasiado ocupados.

- Oh, eso es muy terrible de escuchar. – Agregó Jun Lee. – Reciban un consejo de sabios, caballeros. Nunca dejen que lo urgente del trabajo opaque a lo importante de la vida.

- Sabías palabras, siempre se los he dicho pero no parecen hacerme mucho caso.

- Muy por el contrario, maestro Hong-lian. – Interrumpió Enishi de pronto. El joven japonés cerró sus ojos, sonriendo levemente más para sí mismo, y colocó sus manos atrás de su espalda. – Yo siempre tengo primero lo importante de la vida, se lo aseguro. Y Hei-shin es un testigo de ello, ¿no es así?

El número uno del Feng Long volteó a ver a su mano derecha, y, al mismo tiempo, Hong-lian y Jun Lee le siguieron, como si realmente esperaran que Hei-shin dijera algo. Éste miró de reojo a Enishi, con ligera molestia en su mirada; su mal humor evidentemente no ayudaba mucho. Ignorando su comentario, optó por mejor volverse hacia el maestro Hong-lian y cambiar el tema.

- ¿Hay noticias de nuestros invitados? – Preguntó el hombre de negro con seriedad.

- ¿Los Cristianos? Ni idea. – Contestó el anfitrión, mientras echaba un vistazo a su alrededor. Como habían acordado el día anterior, habían invitado a la fiesta a unos compradores japoneses interesados en hacer negocios con ellos. – Tal vez están por ahí, pero con tanta gente es difícil saberlo. ¿Seguro que vendrán?

- Me confirmaron su asistencia esta tarde. No deben de tardar.

- Más les vale. Ya tengo preparada una sala apartada para la reunión.

- Oh, no me digan que se pondrán a trabajar está noche. – Interrumpió Jun Lee en ese momento, metiéndose en la conversación.

- Será algo rápido cariño, no te preocupes. – Contestó sonriente Hong-lian. – ¿Escuchaste Hei-shin? Procuremos que no se prolongue de más, recuerda que es una fiesta.

- No depende sólo de mí, maestro. Pero haré lo posible.

Uno de los hombres de Hong-lian se le acercó en ese momento por un costado, y le susurró algo al oído. Asintió, tomó el puro de su boca y aquel hombre se alejó de nuevo.

- Bien, bien, están en su casa chicos. Con su permiso, diviértanse.

Hong-lian se dispuso a retirarse junto con su esposa, de nuevo tomada de su brazo. Enishi y Hei-shin contestaron su comentario con una reverencia.

- Oh, casi lo olvido. – Exclamó de pronto el mafioso luego de haberse alejado un par de pasos. – Adelántate mujer, tengo algo que hablar con Enishi.

Jun Lee parpadeó confundida al oírlo; había algo extraño en la manera en que lo había dicho. Viró su atención hacia el muchacho albino, quien al parecer tampoco tenía idea de qué quería hablar con él. Jun Lee asintió con cuidado a la petición de su esposo, y pasó a obedecer.

- Con su permiso, caballeros. – Murmuró la mujer de cabellos negros, y se alejó caminando de manera tranquila y pausada.

Una sonrisa astuta surgió en los labios de Hong-lian, una muy visible para Enishi y Hei-shin cuando éste se giró hacia ellos. El mafioso caminó hacia Enishi y colocó su brazo derecho alrededor de su cuello de manera "amistosa"; el japonés permaneció tranquilo.

- Sé que este tipo de fiestas no son todo de tu agrado, Enishi. – Comentó el hombre en voz baja, casi como si le estuviera contando algún secreto de vida o muerte. – Pero tú eres mi invitado de honor, eres el jefe, y estoy muy feliz del trabajo que has hecho, y como buen anfitrión, quiero que te sientas a gusto. Pensando en ello, te tengo un... regalo sorpresa guardado para que te la pases bien.

- ¿Regalo? – Contestó confundido el albino.

- No te preocupes, sé que te gustará. – Rió divertido al tiempo que le daba unas cuantas palmadas en la espalda con fuerza, de nuevo, casi tumbándolo. – Diviértete.

Dicho lo que tenía que decir, se retiró siguiendo la misma ruta que siguió su actual esposa, perdiéndose entre la gente. Enishi se enderezó con cuidado, acomodándose sus anteojos y capa luego de recibir de nuevo esas palmadas casi mortales en su contra. Se sentía algo confundido por su comentario. ¿Qué tipo de regalo tendría en mente?

- ¿Qué piensas que quiso decir con eso? – Preguntó con curiosidad, girándose hacia Hei-shin.

- Lo ignoro. – Contestó cortante el hombre de negro. Enishi parpadeó.

- ¿Te encuentras bien? Te ves más malhumorado que de costumbre.

- ¿Acaso te importa? – Una risa forzada brotó de sus labios. – No eres el único con cuestiones personales privadas, ¿sabes? Pero ya que hablamos de eso...

Hei-shin introdujo su mano en su atuendo de pronto, y sacó de dicho "escondite" una carpeta de cuero, de aquellas que se usan para transportar papeles importantes. Hei-shin sonrió de nuevo, ahora de una manera casi maligna, extendiéndole la carpeta a Enishi, quién la miró un poco incrédulo.

- Lo prometido es deuda. – Comentó el Número Dos, con un tono casi burlón. – Aquí está la información.

Enishi clavó sus ojos en dicha carpeta sin moverse siquiera por aproximadamente un minuto. En su expresión se reflejaban varios sentimientos, que rara vez alguien hubiera visto en él: se veía ansioso, deseoso de tomarla, pero al mismo tiempo parecía temeroso. ¿Qué es lo que eso contendría? Se la arrebató de golpe luego de un rato, sujetándola contra su rostro.

- Déjenos solos. – Pronunció con fuerza el albino sin apartar sus ojos de la carpeta.

Xun-Lang obedeció de inmediato, haciendo una reverencia y alejándose con la cabeza baja. Hei-shin, a su vez, hizo un ademán con su mano y asintió con su cabeza, indicándoles a sus cuatro guardaespaldas que siguieran dicha orden. Los cuatro, casi en formación militar, se apartaron a la par de ambos líderes.

Enishi abrió rápidamente la carpeta, deseoso de ver qué es lo que decían dichos papeles. Pocas cosas animaban y emocionaban al joven líder del Feng Long como lo relacionado con ese tema. Hei-shin rió un poco en voz baja al ver lo que hacía.

- Son básicamente varios testimonios que nuestros hombres en Japón han reunido, de personas de diferentes pueblos que durante estos últimos diez años han tenido encuentros con un hombre que encaja con la descripción que me proporcionaste: un espadachín pelirrojo y de ojos violetas... y una cicatriz en forma de cruz en su mejilla izquierda.

Los ojos turquesa de Enishi se abrieron por completo, y sus dedos se detuvieron a la mitad de su camino. Sintió que sus piernas le temblaban un poco, pero el resto de su cuerpo estaba quieto como piedra. Podía ver lucidamente en su cabeza la imagen que Hei-shin acababa de describir, podía ver su cabello pelirrojo y largo, sus ojos claros y fríos, su cicatriz, esa cicatriz en su mejilla izquierda... Todo era bastante vivido, y era de esperarse, pues esa imagen lo había acompañado por diez largos años. Lentamente terminó de abrir la carpeta y sacó los papeles, todos manuscritos de diferentes testimonios, tal y como había dicho Hei-shin, que repetían consecutivamente las mismas palabras: espadachín, samurái, cabello rojo, ojos violetas, increíblemente hábil, muy agradable, muy bueno... cicatriz en forma de cruz.

"¿Esa cicatriz aún continúa en su mejilla? Aún continúa..."

- A como lo describen, pareciera que se tratase de una especie de vagabundo o nómada. – Comentó Hei-shin, sin notar como el japonés estaba anonadado ante lo que leía. – No entendí muy bien todo, pero parece que la gente dice se dedica a ayudar a las personas con problemas o algo parecido. No sé si se trate del mismo hombre que buscas.

- Es él. – Murmuró el mafioso de golpe sin apartar sus ojos de los papeles. – En Japón no es muy común la gente de cabello pelirrojo y ojos claros, menos lo son la gente de cabello pelirrojo y ojos violetas con cicatrices en su mejilla. Es él, tiene que ser él.

Enishi apretó un poco los papeles entre sus dedos inconscientemente, arrugándolo; era un notorio signo de su ansiedad. Hei-shin pareció extrañarse al escuchar esas palabras, pues de verdad parecía muy seguro de que se trataba de él, y sus motivos eran muy validos.

- Eso no tiene mucho sentido. – Señaló. – ¿No me dijiste en alguna ocasión que era un hombre importante de la Revolución? ¿No debería de ser un funcionario del gobierno, un gobernador de alguna provincia, un oficial, general o algo así?

- Evidentemente no le importaban ese tipo de cosas.

- ¿Pero entonces...? – Una amplia sonrisa divertida surgió en los labios del hombre de negro, seguido de una fuerte y aguda carcajada. – ¿Entonces tu gran venganza es contra un pobre diablo?, ¿contra un mero vagabundo? ¿Estás obsesionado con un tipo así? ¿Pero qué demonios te hizo ese...?

Las palabras de Hei-shin fueron cortadas de tajo en cuanto sintió los ojos turquesa de Enishi, clavándose en él con una expresión llena de enojo, ira y rabia; evidentemente sus palabras no le habían provocado nada de gracia. El aura oscura que emanaba de aquellos ojos era tan densa e intimidante, que cualquiera hubiera caído de rodillas ante el miedo. Hei-shin no tuvo una reacción muy diferente realmente. Retrocedió rápidamente, pegando su espalda contra el pilar detrás de él, aferrándose a él inconscientemente, mientras gotas de sudor frío resbalaban por su rostro.

Enishi no dijo nada. Luego de eso, se volvió de nuevo al reporte, guardándolo de regreso a la carpeta; Hei-shin pareció calmarse un poco en ese momento.

- Me disculpo. – Balbuceó mientras se arreglaba su traje. – Se ve que realmente es un tema que te afecta demasiado. Como sea, esta información aún tiene que ser verificada. Será más fácil obtener datos cuando terminemos de formar nuestra red de información. Tengo pensado ir a Japón en un par de semanas más para supervisar esto, una vez que se tome una decisión en cuanto a nuestros nuevos clientes. ¿Quieres ir?

- No gracias. – Contestó el Albino con seriedad al tiempo que guardaba la carpeta en el interior de su saco. – Confío en que te encargarás como es debido sobre eso.

- De eso no debes de tener dudas. Pero eso me recuerda que debo de buscar a nuestros invitados. – Murmuró mientras echaba un vistazo a su reloj de bolsillo, aunque realmente lo que deseaba era alejarse de él lo más pronto posible

- Adelante.

El Subjefe del Feng Long se alejó caminando con falsa tranquilidad, con sus manos atrás de su espalda y su mirada firme al frente. Enishi ni siquiera lo volteó a ver mientras se alejaba; de nuevo, se encontraba totalmente inmerso en esa maraña de ideas y sentimientos que lo inundaban, hasta casi ahogarlo. Intentó caminar, pero pareció tambalearse un poco y casi caer. Por suerte, el mismo pilar al que Hei-shin se había aferrado con miedo, le sirvió le soporte para no caer. Se veía aturdido, desorientado; tenía ganas de sentarse y descansar, pero simplemente no podía ni moverse. No podía concebir las cosas que acababa de leer y escuchar, el sólo recordarlo le provocaba nauseas....

- "¿Viajas como un vil vagabundo de pueblo en pueblo?" – Pensaba para sí mismo totalmente abstraído. – "¿Viajas ayudando a la gente con tu maldita espada asesina? ¿Ayudas a esos incrédulos con tu sonrisita de ángel? ¡¿Eso es lo que has hecho en los últimos diez años?! ¿Para qué? ¿Qué es lo que quieres lograr con eso? ¿Acaso...? ¿Acaso es arrepentimiento?" – Los ojos de Enishi se le saltaron, sus puños se apretaron tan fuerte que casi parecía que sangrarían, sus dientes se apretaron entre sí, rechinando como si se fueran a romper. Todo su cuerpo estaba completamente tenso. – "Maldito desgraciado... Maldito bastardo... ¡¡Maldito Asesino!! ¡¿Sientes arrepentimiento?!, ¡¿Quieres redención?! ¡¿Crees que haciendo esto todos tus pecados desaparecerán?! No, nada de eso. Maldito Hipócrita. Vas a pagar, vas a pagar, vas a pagar, ¡vas a pagar...! "

La rabia llenaba por completo su cuerpo. A pesar de que Hei-shin había dicho que esa información tenía que confirmarse, él no necesitaba ninguna confirmación. Sabía que era él, el hombre al que tanto odiaba, esa persona en la que había pensado cada segundo de los últimos diez años. No le importaba los motivos por los que estuviera viviendo esa vida: iba a pagar por sus crímenes, y eso nada ni nadie lo evitaría.

- Buenas noches, maestro Enishi. – Escuchó de la nada que una voz pronunciaba a sus espaldas, y casi al mismo tiempo sintió unas manos subir por su espalda hacia sus hombros.

El albino fue jalado de golpe a la realidad, y esto casi lo dejaba en estado de shock. Se sobresaltó de golpe al sentir repentino contacto, casi como si hubiera visto un fantasma. Se giró con agilidad casi felina, pegando su espalda contra el pilar y volteando a ver a quien quiera que se hubiera atrevido a no sólo hablarle, sino incluso tocarlo cuando se encontraba en ese estado. Su cuerpo le pedía voltearse y lanzar un golpe certero sin siquiera preguntar, pero pudo tener la suficiente lucidez para evitar hacer algo como eso. Además, se hubiera visto muy mal a los ojos de los presentes que golpeara a esa persona sin motivo alguno... Aunque, si estamos hablando el jefe de la mafia más poderosa de Shanghái, tal vez no tanto, pero igual no lo hizo.

Esta persona ni siquiera se mutó al ver esa reacción tan singular por parte del japonés. Era una mujer, una hermosa mujer, de menos de treinta años, pero aún así de seguro mayor que Enishi. Tenía cabello entre negro y azul oscuro, largo y lacio, totalmente suelto que le llegaba por debajo de su cintura. Tenía los ojos color avellana, con sombra azul en los parpados, y los labios pintados de un rojo intenso que sonreían de una forma coqueta y seductora. Su piel era blanca como nieve, su cuello un poco alargado, su cuerpo delgado, de busto considerablemente proporcionado y caderas anchas, cubiertos debajo de la seda color roja de su hanfu, con estampados de flores doradas. Era una mujer realmente atractiva y sensual, y en una fiesta como esa, vestida con esa ropa tan provocativa que dejaba ver demasiado bien sus atributos... Bastaba con decir que Enishi ya llevaba suficiente tiempo en esa organización como para saber quién o qué era.

- Discúlpeme, ¿lo asusté, maestro? – Susurró en voz baja la mujer, dando un paso hacia él; traía un perfume de ciruelos, si no se equivocaba. – ¿Le puedo ofrecer una copa para disculparme, maestro Enishi?

- No gracias, estoy bien. – Contestó cortante el mafioso, recuperando la compostura y arreglándose su traje con cuidado. La miró de nuevo de reojo, pero procurando no verla directamente; la parecía extrañamente familiar. – ¿Te conozco?

La mujer sonrió, cubriendo su boca un poco con la manga de su traje y se encogió de hombros.

- Tal vez nos cruzamos en alguna reunión, u otra fiesta aburrida como ésta. Pero maestro, se ve realmente tenso esta noche. – La mujer se le acercó sin el menor pudor de pronto, dando un par de pasos hacia él, y colocando sus manos sobre sus hombros, acariciándoselos con movimientos lentos y pausados. – Sí, mire estos hombros. Debe de ser muy estresante ser el líder de una Organización tan poderosa, tan grande, y tan peligrosa... – Le susurró con un tono coqueto, y entonces pegó su cuerpo por completo contra él, mirándolo fijamente a los ojos. – Y siendo tan joven y... varonil.

Sus últimas palabras las susurró sobre el mentón de Enishi, pegándosele más y acercando su rostro con mucho cuidado al del mafioso, casi de manera cautelosa, respirando sobre sus labios. Sin embargo, antes de que pudiera acercarse de más, sintió como el japonés la tomaba de las muñecas con fuerza y la apartaba de él. A través de sus lentes oscuros, ella podía notar una mirada seria, dura y fría en sus ojos; era como si su "magia" no tuviera el menor efecto en ese hombre.

- Déjame adivinar. – Murmuró con dureza sin soltarla. – Tú eres el "regalo sorpresa" de Hong-lian, ¿no es así?

La mujer volvió a reír de manera moderada; no ejercía nada de resistencia ante su agarre.

- Me atrapó, maestro Enishi. Se ve a simplemente vista porque es el... jefe. El Maestro Hong se preocupa mucho por su diversión, maestro Enishi. Este tipo de fiestas y reuniones siempre pueden ser muy aburridas, y él desea que su invitado de honor se sienta lo más cómodo posible.

- Estoy muy cómodo, gracias. – Contestó un segundo antes de soltarla al fin y apartarla de él. La mujer se tambaleó un par de pasos hacia atrás, pero sin perder el porte.

- No se ponga así, maestro. – Comentó divertida, cubriéndose de nuevo su boca y barbilla. – ¿No me diga que lo pongo nervioso?

Enishi guardó silencio, intentando sobre todo mantener la compostura, cosa que no era muy fácil considerando el estado en que se encontraba sólo un minuto atrás, y también considerando el tipo de "aproximaciones" que esa mujer hacía con insistencia. Se acomodó sus anteojos de nuevo con su dedo índice y medio, ocultando su mirada detrás de estos.

- ¿Me veo nervioso? – Pronunció en voz baja, sonriendo con aparente tranquilidad.

- No, para nada. – Negó divertida. – Pero si lo estuviera, tampoco estaría mal. Yo me puedo encargar de hacer que se relajé.

Al decir esto, colocó una mano sobre el pecho del muchacho, pasándola lentamente hacia un lado y hacia el otro, acariciándolo por encima de sus ropas. De nuevo, Enishi no la dejó seguir por mucho, y antes de que pudiera hacer algo más, la volvió a tomar de la muñeca, apartándola de él.

- Dile al maestro Hong-lian que le agradezco todas sus atenciones. – Exclamó serio el japonés, dándose media vuelta y disponiéndose a caminar hacia la multitud de gente; prefería soportar las hipocresías de los invitados que a esa mujer. – Pero no se debe de tomar tantas molestias por mí.

- ¿Qué le pasa maestro Enishi? – Le dijo con algo de fuerza, con notorio tono de burla en su voz. – No me diga que nunca ha estado con una mujer antes.

El albino se detuvo en seco al oír como esa mujer pronunciaba esas palabras. Su comentario no había sido muy discreto, y era evidente como varios de los invitados voltearon en su dirección al oírla; obviamente esa había sido su intención. ¿Sería verdad lo que aquella mujer acababa de decir?

- ¿Y qué si fuera así? – Murmuró en voz baja, dándole la espalda.

- Sería algo divertido. – Contestó ella, riendo un poco. – El gran cabecilla del Grupo Feng Long, el hombre más poderoso de todo Shanghái, ¿nunca ha estado con una mujer?

Una risa discreta, pero notoriamente de burla, surgió de sus labios al tiempo que se ocultaba un poco detrás de su manga. Realmente sería algo insólito. Enishi era joven, pero no tanto. A los veinticuatro años, uno no esperaría que un hombre no tuviera ese tipo de experiencias, y especialmente si se trataba de un hombre tan poderoso e imponente como era el Número Uno de un grupo tan poderoso y grande como el Feng Long. ¿Sería realmente cierto?

De pronto, la risa burlona de aquella mujer fue cortada de golpe. Sin que ella pudiera darse cuenta siquiera, Enishi se dio rápidamente la vuelta y prácticamente se le lanzó encima, tomándola del cuello con su izquierda, y de su muñeca con la derecha y pegándola contra el pilar por completo. Los ojos de la mujer se abrieron de par en par, y estos comenzaron a reflejar un notorio espanto, en especial al ver esa expresión tan aterradora, tan intimidante, tan profunda que cubría la mirada del japonés. Normalmente Enishi era capaz de mantenerse sereno y dejar pasar ese tipo cosas sin importancia. Pero esa mujer había jugado con fuego, en un momento en el cuál la paciencia de Enishi sólo necesitaba la menor provocación para desaparecer.

- Aprende cuál es tu lugar y recuerda con quien estás hablando. – Los dedos del mafioso se presionaban ligeramente contra su cuello, pero estaba totalmente segura de que en cualquier momento podría aplicar la fuerza suficiente para destrozarle la tráquea sin piedad. Varias de las personas cercanas los miraban de reojo, pero ninguno tenía la intención siquiera de intervenir. – Podré ser un líder muy paciente y accesible, pero ni siquiera yo tolero que la gente se burle de mí, y en especial una mujer. Así que antes de hacerte la graciosa, piensa bien en las consecuencias.

Dicho esto, la soltó y empujó hacia un lado, todo en el mismo movimiento, haciendo que la mujer se tambaleara y cayera de costado al piso. Enishi la miró con indiferencia y de inmediato se arregló su capa, su traje, y comenzó a alejarse caminando como si nada hubiera pasado. Toda la demás gente, desvió su mirada hacia otro lado. Eso era no sólo lo mejor que podían hacer, era lo único. Era un verdadero idiota el que se atreviera a molestar, aunque sea bromear, con uno de los siete líderes del Feng Long, especialmente a su líder.

Al menos para Enishi, algo había salido de bien de esa desagradable experiencia; el resto de la gente que había visto la escena ni siquiera le dirigió la palabra mientras se alejaba.

- - - -

Amakusa Shougo seguía sin estar muy convencido de asistir a esa "fiesta", o como fuera que quisieran llamarla, en especial junto con su hermana menor. Mientras se encontraban en el carruaje, camino a aquel sitio, e incluso ya avanzando del portón principal hacia la casa, seguía preguntándose a sí mismo cómo fue que permitió que eso pasara. Ahí venían los cuatro: Kaioh, Magdalia, Shouzo y él, y era el único que no veía con asombro y casi "admiración" la enorme y hermosa residencia a la que se iban acercando.

- Este lugar es increíble. – Comentó Shouzo, casi sacando su cabeza por la ventanilla del coche. Iba vestido con el mismo atuendo del día anterior, una camisa negra de tela gruesa, sin mangas de cuello alto, y unos pantalones verdoso. – Es la casa más grande que he visto.

- Veinte familias podrían vivir sin problema en un lugar así. – Escuchó como Magdalia decía con seriedad, sentada delante de él. Ella usaba un vestido formal largo hasta los tobillos, color verde claro, sin mangas, con olánes blancos en el área de los hombros, el cabello suelto y su medallón colgando de su cuello sin esconderse. – Sin embargo, es probable que ésta sea una casa que un hombre rico sólo utiliza para sus fiestas cuando hay miles de persona viviendo en las calles. No me parece que eso sea algo justo.

- Ese tipo de comentarios no nos ayudaran mucho. – Interrumpió Kaioh rápidamente. Él traía el mismo atuendo formal estilo occidental del día anterior. – Sólo procuremos dar una buena impresión, Santa Magdalia.

- No deben de preocuparse. – Le contestó ella con una sonrisa. – No haré nada que perjudique a mi hermano.

La joven de ojos verdes se viró hacia su hermano, quien se encontraba sentado a su lado, con sus brazos cruzados y los ojos cerrados. Traía puesta una túnica verde larga, de mangas largas y anchas, con bordes amarillos, y unos pantalones amarillos también. Además de todo, ubicado en el asiento a su lado y recargado en la pared del coche, se encontraba su espada envainada; no iría a un lugar como ese, sin estar preparado por sí algo ocurría.

- Los hombres que estarán aquí son personas muy peligrosas, Sayo. – Comentó el hombre de cabello largo sin mutarse. – Te repito lo que ya te dije: no te separes de Shouzo por nada.

- No debe de preocuparse, Shougo-sama. – Agregó con decisión el joven de cabellos negros, asintiendo con su cabeza. – Puede confiar en mí.

Antes de que Shougo pudiera decir algo más, el carruaje se situó frente a la casa, y un siervo de atuendo negro les abrió la puerta para que bajaran. Shouzo bajó primero, ayudando a bajar después a Magdalia, seguida por Kaioh y por último Shougo, quien se colocó su espada en la cinta de su cintura en cuando puso los pies en tierra.

Luego de subir las escaleras y pasar por el arco de la puerta principal, ingresaron a un recibidor, que más bien era una pequeña sala, con sillones, estantes y plantas decorativas. Antes de que pudieran seguir avanzando hacia el salón, dos hombres alto y fornidos se colocaron en su camino. Ambos tenían la piel morena, con cabello negro, uno corto y el otro con una trenza larga que caía sobre su hombro. Un tercer hombre, algo mayor, de estatura baja, cabello corto con peinado de hongo y un pequeño bigote, se paró frente a los otros dos, mirando fijamente a los recién entrados con ojos cansados.

- Su espada, por favor. – Murmuró en voz baja, señalando el arma que Shougo portaba en su costado. Éste la miró de reojo y luego volvió a ver a aquel individuo

- ¿Disculpe?

- Sólo los miembros del Feng Long pueden entrar con armas la fiesta. Los invitados externos deben de dejarlas aquí. – Con el mismo dedo, señaló ahora a uno de los estantes de la sala, en donde se podían ver varias armas, incluyendo espadas, cuchillos, pistolas, e incluso rifles. – No se preocupe, se la regresaremos al salir.

- Si es qué sale. – Comentó uno de los otros hombres, riendo un poco de manera burlona.

Amakusa frunció el ceño con molestia. Por cuestiones de seguridad, considerando el tipo de gente que de seguro habría adentro, era de esperarse que no se permitiera entrar con armas. Sin embargo, había dicho claramente "sólo los miembros del Feng Long pueden entrar con armas". Eso significaba, sin lugar a duda, que ahí adentro había mucha gente armada, y si el salón era tan grande como se veía desde afuera, podría tratarse de realmente mucha gente, tal vez cientos. Definitivamente no tenía deseos de entrar a un sitio como ese sin su espada.

Sintió en ese momento como la mano de Sayo se colocaba delicadamente sobre la de él, y lo miraba fijamente. Era evidente para ella, con tan sólo ver su rostro, que si no hacía algo para tranquilizarlo eso podría terminar mal. Shougo no hizo movimiento o seña alguna por un rato, hasta que, para sorpresa de todos, Magdalia logró convencerlo sin pronunciara palabra alguna. El japonés tomó su espada, la retiró de su cinta y se la extendió al hombre frente a ellos, siempre con la notoria desaprobación en sus ojos. El hombre de bigote la tomó entre sus manos, y entonces él y los otros dos se hicieron a un lado, dejándoles el paso libre.

- Disfruten su velada.

Magdalia sonrió con tranquilidad, y les hizo una reverencia tomando su falda con sus dedos y jalándola hacia los lados. Acto seguido, los cuatro comenzaron a caminar hacia la entrada del salón con pasos lentos.

- ¿Cuándo comienzo a divertirme? – Murmuró con seriedad al Hijo de Dios, a lo que su hermana sólo respondió con una pequeña risita.

La impresión de Shouzo al ver el edificio por afuera, no se comparó a su impresión al ingresar al interior de aquel salón de fiestas, repleto de personas, con música de violines y flautas, comidas exóticas y luces. Realmente era como ingresar al interior de algún castillo europeo. Dos meseros los recibieron en la puerta y los guiaron hacia una de las mesas, aparentemente reservada especialmente para ellos. Era difícil adivinar si era porque eran unos invitados "Importantes", o porque nadie querría sentarse con ellos por ser personas no tan importantes, japonesas o cristianas.

- Hay más gente de lo que pensé. – Mencionó el guardián de Magdalia, sentándose en una de las sillas. – ¿Todas esas personas son mafiosas?

- Muchos no lo parecen. – Agregó Magdalia también sentándose, y viendo a un grupo de personas en otra mesa. Parecían jóvenes de no más de veinte años, todos vestidos con ropas elegantes, casi ostentosas, pero de miradas y risas inocentes.

- Enseguida vuelvo, iré a buscar al hombre que nos citó. – Informó Kaioh y entonces se alejó caminando entre la multitud.

En la mesa se quedaron los dos hermanos Amakusa, y Shouzo. Shougo seguía con la misma actitud que había tenido toda esa noche. Estaba sentado en su silla, con sus brazos cruzados y ojos cerrados, recargado en su respaldo y con las piernas cruzadas. Inútilmente, uno de los meseros que los había guiado se le acercó con amabilidad.

- ¿Les ofrezco algo de tomar, señor? – Le preguntó con un tono gentil, pero el cristiano no sólo ni siquiera lo volteó a ver, ni siquiera se mutó al oírlo.

- Hermano. – Murmuró Sayo en voz baja, con un tono de regaño.

- No quiero nada. – Contestó al final de manera cortante.

El mesero pareció ponerse un poco incomodo por esto, pero parte de su trabajo era actuar normal ante cualquier situación, incluyendo esa. Tosió un poco para aclararse la garganta y luego se giró hacia Magdalia, quien de inmediato supo que le estaba haciendo la misma pregunta.

- Yo quisiera, bueno... - La jóvenes ojos verdes sonrió de manera apenada. – ¿Tiene algo que... no tenga alcohol?

- ¿Disculpe? – Respondió confundido al oír esa petición. ¿Una bebida sin alcohol?, esa no era una petición común en ese tipo de fiestas. – Bueno, tenemos... agua, o una bebida francesa de agua y limón dulce.

- Eso último suena bien, gracias.

El mesero se despidió con una reverencia, y entonces se alejó.

- Hermano, debes de animarte un poco. – Mencionó Magdalia en voz baja, inclinando su cuerpo hacia él.

- Me es difícil estar feliz en un sitio así.

Al decir esto, volteó a ver a su alrededor, viendo a todas esas personas, bebiendo, riendo, platicando en voz alta, bailando y fumando, como si fueran personas comunes, en una fiesta social o evento de caridad. Eran un puñado de sinvergüenzas, asesinos, ladrones, traficantes, delincuentes sin escrúpulos. ¿Cómo podían estar tan tranquilos divirtiéndose y riendo, sin tener al menos un poco de culpa o remordimiento por las cosas que hacían? Y encima de todo, también habría de haber gente externa a la que no le importaba el tipo de gente a la que iban a besarle los pies sólo para quedar bien con esa basura de gente. Ese sitio no era una fiesta, era sólo una madeja de mentiras, hipocresías, perversiones... El olor a tabaco y alcohol lo tenía enfermo desde que entró a ese lugar.

Luego de unos minutos de silencio, se puso de pie y se dispuso de salir aunque fuera un segundo.

- Díganle a Kaioh que salí a tomar un poco de aire fresco. – Les indicó mientras caminaba a la salida. – No hablen con nadie.

- Sí, hermano. – Asintió Magdalia mientras lo ve alejarse entre la multitud hacia las puertas que llevaban al jardín. – Mi hermano es demasiado sobre protector, ¿no crees?

- Él sólo quiere cuidarla, Santa Magdalia. – Señaló Shouzo. – En especial si está en un sitio como éste.

- Shouzo, ¿acaso crees que me da miedo estar aquí? – Respondió con firmeza la ojos verdes, sentándose de manera recta y juntando sus manos sobre la mesa.

El joven de cabellos negros se extrañó un poco al oírla hablar así, sobre todo por ese singular tono serio en su voz. Magdalia echó un vistazo de nuevo a su alrededor, viendo el mismo escenario que su hermano acababa de ver, y por ello había decidido salir. Pero, igual como ambos miraban a las personas de maneras distintas, también tenían una apreciación distinta de ese lugar, ese momento, y esa fiesta.

- Una vez que dejamos Japón, mi hermano y yo vivimos en lugares rodeados de gente peor que ésta. Estos hombres matan o agreden a otros por dinero y conveniencia. – La joven guardó silencio unos segundos, y luego prosiguió. – Pero hay quienes lo hacen por el simple placer de hacerlo, por miedo, por odio, o por intolerancia. No justifico lo que estos hombres hacen; de hecho lo repruebo totalmente. Pero una vez que conoces la maldad de afuera, te hace sentir algo mejor estar rodeado de gente malvada que al menos tiene un código de honor, y que no te mataría si no obtuviera algo de provecho con ello. Suena muy extraño ahora que lo digo en voz alta, ¿verdad? No me hagas caso.

- No es extraño. – Contestó Shouzo, negando con su cabeza. – Creo entender a lo que se refiere. Usted es increíble porque siempre intenta ver el lado bueno de las personas. Incluso ahora, ve en ellos algo que ni Shougo-sama ni yo podemos ver.

- No era precisamente eso a lo que me refería, pero casi. – Agregó Magdalia mientras reía ligeramente; en ese momento, el mesero había vuelto con su bebida.

- Pero aún así, no deja de ser un lugar muy peligroso, en especial para una mujer... – Shouzo pausó de golpe sus palabras en ese momento, al darse cuenta de lo que estaba por decir.

Magdalia, quien acababa de dar un sorbo de su bebida, la cual para su sorpresa era una bebida dulce pese a ser agua y limón, lo volteó a ver confundida al notar esto. El chico se giró hacia otro lado apenado, rascándose su mejilla derecha.

- Lo que quise decir, para una mujer... bueno...

- ¿Para una mujer bonita como yo? – Interrumpió Magdalia con un tono divertido, adivinando lo que Shouzo pensaba. – ¿Eso quieres decir?

Shouzo asintió con su rostro notoriamente ruborizado.

- Lo siento. – Murmuró en voz baja sin voltear a verla de nuevo.

Magdalia sonrió levemente y siguió bebiendo de su vaso. Desde niña, siempre hubo personas que señalaban lo bonita que era, incluso en su natal Japón, considerando su aspecto occidental. Ella no acostumbraba preocuparse mucho por ello, pues no le importaba la apariencia física, ni la propia ni la de los demás. Claro que esto no impedía que a otros si les importara, y eso había sido causa de algunos problemas. Por suerte, su hermano nunca dejó que le pasara algo en todo ese tiempo.

- Tal vez tengas razón, pero no me preocupa eso teniéndote a ti y a mi hermano cuidándome...

Las palabras de la ojos verdes fueron cortadas de golpe al desviar su mirada hacia un lado, y divisar a una persona en particular entre la multitud, un joven de cabello entre azul y blanco, largo sujeto con una cola de caballo, armado visiblemente con dos sables en su espalda. Magdalia pareció reconocerlo, y su mayor pista fueron las dos armas que portaba detrás de él...

A su mente vino de manera clara la escena del día anterior. Ese individuo, desenvainando sus dos armas justo cuando logró alcanzar a Shouzo, y para luego saltar hacía el ladrón de su bolso, y colocar el filo de sus armas contra el cuello de éste. Era él; de eso no tenía duda.

- "¡Ese joven!" – Pensó sorprendida al verlo, sólo por un instante antes de perderse de nuevo entre la gente. – "Él que estaba con aquel hombre... ¿Acaso...?"

La joven comenzó a mirar a todas direcciones con insistencia, y aparentemente algo nerviosa. Esa persona era uno de los sujetos que había visto el día anterior, uno de los guardias de aquel hombre...

FIN DEL CAPITULO 4

Yukishiro Enishi y Magdalia están a un paso de volverse a encontrar. Pero el destino llevará al Mafioso Japonés a encontrarse con el curioso personaje Amakusa Shougo. ¿Qué será capaz de ver él en los dos hermanos Amakusa?

Capitulo 5: Sólo un Baile



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NOTAS DEL AUTOR:

- Jun Lee, esposa de Hong-lian, es un personaje secundaria original de mi creación, hecho especialmente para esta historia, nunca apareció ni se mencionó en ninguna versión de la historia original.
EL TIGRE Y EL DRAGÓN
Por
Wingzemon X


Octubre de 1877. Han pasado diez años desde que Yukishiro Enishi llegó a Shanghái por primera vez. Ahora, es el actual cabecilla del Feng Long, el grupo criminal más poderoso del este de China. Sin embargo, ni aún así ha olvidado aquel deseo que lo llevó al continente en un inicio, esa única idea que ha rondado en su mente todo este tiempo: la venganza, venganza en contra del asesino de su hermana, venganza que se encuentra cada vez más cerca de sus manos. Sin embargo, antes de llevar a cabo su tan añorado plan, conocerá a una persona muy especial, abatida por el mismo doloroso pasado que él, y que podría cambiar su vida, si es que acaso se lo permite…


Ligero UA, intentando adaptar la historia del Jinchuu Arc en la linea del Anime 

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